jueves, 22 de julio de 2010

Lecturas del caleidoscopio (I)

Olympia2008 112

La bombilla se fundió, y pude adivinar el sonido de las polillas cayendo al suelo. Apresuré mi paso calmado hasta la cocina, en busca de un par de velas, y dado mi indolente caminar y mi nula capacidad de orientación, choqué y tropecé con la mesa en la que desayuno cada mañana. Caí al suelo, y una vez ahí, tan absurda y tan tranquila, decidí prestar un momento a saborear el silencio de la noche y a escuchar aquella oscuridad que me abrazaba. Fue entonces cuando te sentí, cuando noté que te me echabas encima. Era tal tu delicadeza y sinceridad que apenas me inquieté; por el contrario, me dejé hacer, y vencer.
Cerré los ojos por la costumbre, pero en realidad daba lo mismo tenerlos abiertos que cerrados. Me dejé desnudar poco a poco, y fue tal mi entrega que me sentí más vulnerable que nunca, aún sabiendo que no me podías ver. Te sentí en la punta de mis pies. Mi corazón echó a correr y cada vez me notaba más satisfecha y fatigada. Moví los dedos de los pies, estiré los brazos, eché la cabeza hacia atrás y arqueé mi tronco, de puro placer.
Sentía la necesidad de gritar, pero lo hice en silencio, para demostrarte mi respeto.
Notaba tu aliento en mi barbilla, los latidos de tu corazón en el mío. Noté tu calor, y no pude evitar tatuarte las yemas de mis dedos en tu espalda. Poco a poco me fue invadiendo una sensación de gozo y tranquilidad, pero te retiraste.
Con el corazón aún a galope y mi pulso un poco tembloroso acerté a encontrar una cerilla.
Pero sabía que era inútil buscarte con la luz encendida.


EL CALEIDOSCOPIO