miércoles, 26 de octubre de 2011

Caramelos para todos.

DI039



Es raro tener que pasar dos veces por la esquina entre el pasillo y la cocina, a la altura de la puerta del comedor, porque crees que ves algo que ya no está. Son tantísimos años viéndola allí, tan tranquila, que parece mentira que nunca más la vaya a ver de ese modo. Tan mentira es que sé que la voy a ver siempre.

Porque nunca he vivido sin ella. Son tantísimos los gestos, las historias, los momentos que he tenido a diario con ella...
El amor que derrochaba cada vez que me miraba, o cada vez que hablaba de mí, o cada vez que me acariciaba los pies o me tapaba con la manta naranja del sofá mientras me echaba la siesta, sólo son pequeños ejemplos de lo inmenso que es el amor incondicional que me ha regalado desde siempre, y que recuerdo desde incluso antes de tener recuerdos. Siempre decía que yo no era capaz de imaginarme lo mucho que me quería. Me estrujaba con todas sus fuerzas, que ya es decir, porque la fuerza de mi abuela es un caso aparte. Estoy escribiendo esto y me vienen tantas cosas a la cabeza que sería capaz de escribir cientos de páginas.Quizás muy pronto.

Si tuviera que describirla dejaría aparte su sinceridad pasmosa, su mínima estatura, sus gruesas piernas o el segundo dedo de sus pies, que se montaba increíblemente sobre el primero y era casi imposible separarlos; y hablaría de lo suavísima que era su piel, de que se le cerraban los ojos cuando se reía, porque los tenía muy pequeños (como yo los tengo),de que no le podía pedir que me despertase, porque no lo hacía,de que nunca te daba un beso en la mejilla sino cientos (aun que había que pedírselo) , y de que esos besos los daba con unos labios muy finos que también he heredado.

Enseñó a leer a mis hermanos. ¿Acaso no es hermoso? Pero a mí me enseñó otras muchas cosas, que en conjunto resumen su valentía, su coraje, su personalidad. La personalidad de una mujer con unos firmes ideales pero con la elegancia de ser discreta. Una mujer que a sus 90 años aún me decía que no me pusiera faldas largas, que qué tacones más preciosos me había comprado, y que disfrutase de la vida. No le gustaba ver la tele, a excepción de las noticias, saber y ganar y los desayunos de la primera. Ni las tormentas, ni la ropa color negro, ni la gordura. Le encantaba leer, mirar por la ventana, reírse de mis zapatillas de andar por casa,la ropa, el orden, hacer crucigramas y, de vez en cuando, sopas de letras. Pero sobre todo, le encantaba el azúcar: Natillas, flanes, bombones,... caramelos. Siempre tenía caramelos para todos.Todo el mundo la recordará ofreciéndole caramelos.

Yo la recordaré sentada en su sillón al lado de la ventana haciendo crucigramas,andando por el comedor, sentaba al fresco en el porche, en la cocina haciéndome un vaso de leche con colacao y un par de tostadas de aceite y ajo, entrando en mi habitación para darme un beso cuando volvía de cualquier lugar, peinándose cuidadosamente en el cuarto de baño frente al espejo…


En todas partes, conmigo, siempre.